19 de diciembre de 2012
Restaurante El Ñeru...
Una crónica de @hugoalguacil para el Triclinium...
La idea inicial, propuesta y aceptada entre copa y copa de vino, era que mi primera colaboración en este blog sería para contar a los lectores cómo se desenvuelve mi amigo Álvaro entre los fogones. Por unas razones o por otras el creador de este espacio gastronómico aún no se ha decidido a invitarme -o invitarnos, mejor dicho- a comer en su casa. Dice quien ha probado su arroz meloso con carabineros que es de matrícula de honor pero, aunque me fio de quien me lo aseguró, hasta que no lo pruebe no le pondré nota.
En 'stand by' la comilona en el hogar del jefe de este tinglado no me queda más remedio que estrenarme con esta humildísima reseña. El restaurante sobre el que van a leer a continuación es El Ñeru, un asturiano situado en la calle Bordadores de Madrid, a un paso de la Plaza Mayor y la Puerta del Sol.
Como ven, más céntrico no puede estar, por lo que la competencia entre establecimientos en enorme. Para la gente que visita Madrid las posibilidades de pegársela comiendo por la zona de los Austrias es enorme. Hay mucho sinvergüenza regentando restaurantes en el Centro que no duda en aprovecharse del turista, principalmente extranjero. En El Ñeru eso no sucederá.
Lo que se ve desde la puerta del local un domingo de otoño a las 13.30 es esperanzador. La gente llena la estrecha planta superior del restaurante, todos en torno a la barra. Los camareros demuestran eficiencia en su labor y despachan con rapidez. Con cada consumición, un pinchito. Si buscan una caña tranquila, a esa hora éste no es su sitio. Las comidas se sirven abajo, en un corredor lleno de fotos y recuerdos que parece no tener fin.
Lo ideal es acudir a El Ñeru con reserva, si es a partir de las 15.00, mejor, pero eso se lo explicaré un poco más abajo. Debido a nuestro retraso a la hora de llamar tuvimos que aceptar comer en el primer turno. Un platito de queso de cabrales espera en la mesa y al minuto ya hay un camarero tomando nota. Para beber, cerveza, vino tinto y agua y para comer, menú del día con tres primeros –fabes con almejas, callos con garbanzos o ensalada- y tres segundos a elegir –bonito con tomate, ternera estofada o jamón asado-. Éramos seis: tres callos, tres fabes, tres bonitos y tres terneras. Yo me decidí por los callos y el bonito.
Seis platos echando humo y a punto de rebosarse llegaron a la mesa apenas tres o cuatro minutos después de pedir, algo que se agradece en según qué momentos, pero en una cita relajada como la nuestra no habría importado aguardar un rato más. Los seis coincidimos al probarlos: "Espectacular". Después, silencio prolongado mientras dábamos buena cuenta de nuestra primera elección.
No me considero un experto en nada pero si de algo creo que puedo opinar con conocimiento de causa es de callos, y en El Ñeru saben cocinarlos. No les salen como a mis abuelos –que en paz descansen- o a mis tíos Jesús y Domingo, pero es que igualar eso es imposible. Sólo un pequeño pero: la ración era más que suficiente pero si algo me gusta de los restaurantes asturianos en la cazuela al centro de la mesa y que cada cual se sirva lo que quiera.
El segundo plato no llegó al nivel del primero pero no decepcionó. Quizá demasiado hecho el bonito para mi gusto pero entiendo que a la mayoría le gusta más así. A los dos amigos que también lo comieron les entusiasmó más que a mí. El guiso de tomate, muy sabroso, estaba por encima del pescado.
Probé las fabes y la ternera y me parecería arriesgado opinar tan a fondo como con mis platos pero he de decir que ambas cosas me gustaron bastante. Volvería a pedir los callos pero seguramente la próxima vez, que la habrá si Dios quiere, me decida por la ternera como segundo.
En el postre sí hubo unanimidad. Arroz con leche para todos. Sencillamente sensacional. Puro Asturias. Alguno que ya se había desabrochado el primer botón del pantalón no se lo terminó pero a mí me faltó meter la lengua.
Café el que quiso, acompañado con crema de orujo los dos más valientes, chupitos cortesía de la casa y nueces garrapiñadas. Todo había ido perfecto pero faltaba una copita. Y aquí es donde recupero la sugerencia que hice antes: si quieres hacer sobremesa, hay que comer en el segundo turno. Eran las 15.00 y a las 15.15 esa mesa estaba reservada, por lo que no pudimos tomarnos ese primer cubata que habría asentado el estómago para lo que vendría después.
Ninguna sorpresa en la cuenta. 22 euros por cabeza, de los que 16 eran del menú del día. Las dos botellas de vino y los cafés tuvieron la 'culpa' del aumento de la nota. El trato del personal, especialmente de Carmén, una de las hijas del fundador del restaurante, desgraciadamente ya fallecido, fue agradable y cercano. No tengo dudas de que nos volverán a ver por allí.
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