11 de marzo de 2014
Restaurante El Filandón, en la cumbre...
Una crónica de @hugoalguacil para el @eltriclinium:
Se cumplen estos días un año de mi debut en @eltriclinium. Lo que comenzó como un favor (para que callara) a un amigo se ha convertido en una costumbre. Escribir cada cierto tiempo en este blog, humilde y sin ínfulas, oxigena del día a día y, lo admito, apetece. No tenemos intención de sentar cátedra gastronómica, simplemente vamos a un restaurante, juntos a poder ser, y lo contamos.
Se cumplen estos días un año de mi debut en @eltriclinium. Lo que comenzó como un favor (para que callara) a un amigo se ha convertido en una costumbre. Escribir cada cierto tiempo en este blog, humilde y sin ínfulas, oxigena del día a día y, lo admito, apetece. No tenemos intención de sentar cátedra gastronómica, simplemente vamos a un restaurante, juntos a poder ser, y lo contamos.
Mi primera crónica fue de La chimenea , sin duda uno de mis
lugares favoritos de Madrid y un clásico en mi familia. En aquella ocasión
celebramos el cumpleaños de una de mis tías. Ha pasado un año, como ya he
dicho, y gracias a Dios pudimos volver a juntarnos.
Como en 2013, Julita ha vuelto a cumplir 37, y para
conmemorarlo acudimos al Filandón. Para mí fue una alegre sorpresa que la
comida fuera allí ya que este restaurante estaba siendo ‘vigilado’ y los que
hacemos este blog teníamos muchas ganas de ir. Lo primero que te llama la atención del lugar es el número
de personal trabajando y lo grande que es. Eso sí, está construido y preparado
con cabeza. Sus 1.500 metros cuadrados se distribuyen en varios salones que a
su vez se pueden dividir mediante puertas correderas. La privacidad de una
reunión, si se desea, está garantizada. Esta opción suele ser utilizada entre
semana, cuando el restaurante se llena de profesionales de las finanzas,
directivos y demás personal de las muchas empresas cercanas. En fin de semana
las corbatas se quedan en el armario y el ambiente es distinto, más relajado y
familiar.
Uno de mis tíos es cliente habitual y recomendó una serie de raciones y medias raciones para compartir. Hicimos bien en hacerle caso porque no hubo nada que decepcionara. Enumero: crujiente de pan de cristal con tomate, croquetas de carabinero y de jamón, verduras y carabineros en fritura, huevos rotos con jamón ibérico y patitas de pulpo a la brasa.
Entrantes |
A mí me gustó todo muchísimo pero he de hacer dos menciones aparte. 1) Las croquetas son sensacionales pero a los que sean muy muy ‘fans’ les van a parecer algo pequeñas. 2) El sabor de las patas de calamar no me lo puedo quitar de la cabeza; dicho esto, no es necesario añadir nada más (siento no colgar foto de este plato).
Superado con nota el arranque, continuamos con los segundos.
Primero diré que mi solomillo estaba en su punto, que no al punto. Una carne de
tanta calidad debe comerse tras un paso mínimo por la brasa. La chuleta de vaca
vieja continuó la línea de excelencia. También la hamburguesa, que aguanta el
pulso con las que podemos degustar en New York Burguer, Alfredo’s o Goiko Grill,
y el steaktartar, bien picantito, preparado de forma magistral.
Carnes y el vino elegido |
No probé los pescados (bocaditos de merluza a la romana, cola de merluza, lenguado Evaristo, chipirones de anzuelo en su tinta) pero a mi alrededor sólo vi buenas caras. Pregunté y no hubo dudas: al igual que los carnívoros, habían acertado. Estaría bueno comer un mal pescado en ‘casa’ de Pescaderías Coruñesas…
Llegado el momento de pedir el postre, y ante tanta
apetecibles opciones, decidimos compartir. El colofón a esta gran comida sólo
habría sido mejor si hubiera podido tomar una cucharadita de todos los postres
de la carta. Como no era posible, me conformé con un poco de tarta de queso,
filloas y coulant de chocolate con helado. A cual mejor, por cierto.
Merluza |
Lenguado |
Chipirones y su arroz |
Postres variados |
La comida estuvo regada por un Cune Reserva 2009 a un precio más que ajustado. La cuenta ascendió a 658,60 euros. Dividido entre 16: 41,16 euros por personas. Relación calidad-precio inmejorable.
No quiero terminar la crónica sin reconocer el gran trabajo
del equipo en la sala. Antes del inicio de la comida ya nos dimos cuenta de que
estábamos rodeados de profesionales de primera: al hacer la reserva mi tío
solicitó dos mesas de ocho personas, una de ellas para “niños”. Cuando
aparecimos por ahí los “niños”, altos como pinos, los camareros no disimularon
risa. Habían preparado una mesa con cubiertos pequeños, sin copas de vino y
cuadernos para colorear. Tal cual. Solucionaron la confusión en medio minuto
pero no nos libramos de sus bromas durante toda la comida.
También agradecer la atención y cercanía de Gonzalo Armas,
el jefe de cocina, que al enterarse de que estábamos por ahí los del
@eltriclinium salió a saludar. Ante él prometí que volveremos el grupo al
completo.
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